[Este relato participa en el "Experiential Movement" de J&B]
Foto: Globos en la Capadocia. Autoría: Lupe Manzano.Dijo Lao-Tsé, allá por el s.VI aC, que un viaje de mil millas comienza con un solo paso. Imaginad al viejo filósofo oteando el horizonte, reflexionando sobre cuán grandes debían ser los océanos -que por entonces ya empezaban a surcarse- y cuán largos los caminos que se perdían entre los valles de una China rodeada por territorios bárbaros. Dudo que el sabio Lao-Tsé pudiese soñar siquiera con los lugares que hoy puede ver cualquiera que se decida a dar ese primer paso.
Quizá Lao-Tsé también miró hacia las estrellas y se preguntó si algún día sería posible tocar el cielo. Muchos siglos habrían de pasar para que Neil Armstrong hablara sobre otro famoso "paso" y cualquier hombre o mujer que pudiera reunir varios maletines con un millón de euros cada uno, se pudiese convertir en turista espacial. Pero antes de eso, muchos mortales ya podíamos contemplar las nubes desde cerca e incluso tocarlas con nuestras propias manos.
Estar allá arriba, sentirte envuelto por el viento y disfrutar, aunque sea por unos instantes, de la ilusión de ser un pájaro, es algo que está al alcance de la mayoría. Basta con querer dar ese primer paso, que casi siempre ocurre en la mente. A mí me sobrevino la idea de tocar el cielo mientras viajaba en tren. Un chico, sentado frente a mí, sostenía una guía de Turquía y en su portada se podía ver una impresionante panorámica del valle de Göreme. Cerré los ojos intentando imaginar cómo debía ser aquello y cuando los abrí me encontré viajando en un globo que sobrevolaba la preciosa región de la Capadocia. A mis pies se extendía un paisaje lunar nevado y salpicado de caprichosas formaciones calcáreas y frente a mí, o junto a mí, ese cielo con el que Lao-Tsé sólo pudo soñar.
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