
Uno de los encantos de la capital eslovaca es el contraste entre lo que fue, lo que es y lo que será. Al llegar a la estación central uno tiene la sensación de haber retrocedido al pasado. Atrás, a sólo una hora de tren, queda la Viena barroca, con sus majestuosos edificios imperiales, con sus novísimos centros comerciales, sus cafés llenos de gente... todo eso se convierte de un plumazo en edificios deteriorados, estructuras oxidadas y calles sin vida. Son los rastros de un pasado comunista que se irá borrando poco a poco.

Uno de los principales puntos de interés de la ciudad es el Castillo de Bratislava, situado en lo más alto de una colina a orillas del Danubio. Fue nuestro primer objetivo.





Si, como nosotros, no dispones de mucho tiempo antes de volver a Viena, lo mejor es que te dejes llevar por la tranquilidad de estas calles y plazas, disfrutanto aquí y allá de los diferentes edificios emblemáticos, entre los que puedes encontrar desde iglesias góticas, hasta palacios barrocos pasando por algún que otro resto de fortificaciones medievales. Y, cuando las piernas lo piden, disfrutar de un buen café antes de emprender el camino de regreso es una de las mejores maneras de despedirse de una ciudad que dista mucho de aquella que vimos en "Hostel".
Un relato de Pruden Rodríguez
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