La noche en Belfast

Leíamos ayer que un atentado reivindicado por el IRA-Auténtico se cobraba la vida de dos personas. Los titulares se decantan por el escándalo mientras que Gordon Brown aseguraba que la paz es inquebrantable.

En enero tuve la ocasión, junto a mi pareja, de visitar Irlanda aprovechando los increíbles precios de AerLingus y de EasyJet. Viajamos a Dublín desde Barcelona y regresamos desde Belfast. No gastamos ni 70€ cada uno (precio definitivo contando ida y vuelta). Después de pasar unos días en la República de Irlanda nos adentramos en Irlanda del Norte con la intención de visitar la capital del Ulster, la Calzada del Gigante (Giant's Causeway) y Derry (o Londonderry).


En la oficina de turismo de Belfast tuvimos la suerte de coincidir con un empleado que conocía perfectamente el castellano y que nos informó ampliamente sobre el pasado y el presente de Belfast. Nos describió la ciudad como un sitio acogedor, pacífico y algo aburrido. Lo cierto es que él mismo estaba pensando en abandonar Belfast por segunda vez, después de que ya lo hiciera en los malos tiempos. El centro, que ya habíamos visto de pasada y que pudimos ver de camino al hostal, era en efecto un lugar tranquilo y sin demasiada vida. No vimos ni un vestigio de tiempos pasados. Ese Belfast, el Belfast de las dos caras -la protestante y la católica- habita más allá de Westilink, el cinturón que separa los barrios residenciales del núcleo urbano.

Dos calles, casi paralelas, simbolizan la separación entre unos y otros: Falls Road, del lado católico, y Shankill Road, del lado protestante. Católicos que ansían una Irlanda libre y protestantes que comulgan con el Reino Unido. Diez años sin atentados, hasta ayer, nos hacían pensar que no había nada que temer. Y seguramente no había nada que temer.

Por los azares del plan de viaje sólo pudimos adentrarnos en estos barrios dos veces, siempre de noche. No era ninguna sorpresa que aquellas calles estuvieran vacías a partir de las seis de la tarde. Es algo habitual en cualquier capital europea. Pero pasear por allí no era tan cómodo como hubiéramos deseado. Sin comercios a la vista, con calles mal iluminadas y bajo la amenazadora mirada de aquellas casitas residenciales, cada paso que nos alejábamos del centro estábamos un paso más intranquilos. Quizá eran los ecos del pasado, la falta de turistas -salvo aquellos que pagaban tours en taxi para poder ver los famosos murales políticos- o el simple desconocimiento, pero algo nos ponía nerviosos allí.


No tuvimos tiempo ni ánimo para conocer bien aquel escenario, pero es un lugar que merece la pena visitar. Espero y deseo que los recientes atentados no me den la razón, no justifiquen aquellla sensación de que en la noche de Belfast no todo estaba en calma. Prefiero pensar que esto es un incidente aislado y que, en realidad, aquel silencio que nos envolvía era sólo paz.

Un relato de Pruden Rodríguez

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