¿Harto de las colas de embarque?
¿Cansado de ver pasar a contingentes perdidos en los laberintos del
aeropuerto? Pues bien, he aquí una lista de las maravillosas cosas que
puedes hacer en el tiempo de espera, para que tu viaje sea disfrutable incluso en la espera.
Los aviones llegan rápido a su destino, mientras que en los aeropuertos
se tarda cada vez más. Día tras día es mayor la anticipación para
presentarse ante el mostrador del check-in. Pasamos de una a dos y ahora
tres horas. En Estados Unidos y Europa ocurre lo mismo porque la
seguridad lo exige.
Al terminar los trámites, que suelen ser
breves para el despacho de equipaje y control del pasaporte, nos
encontramos con mucho tiempo libre hasta la hora del decolaje. ¿Qué
hacer hasta entonces?
Centro comercial sin impuestos
En Ezeiza, de la misma manera que en
Barajas, en Madrid; De Gaulle, en París, o Schiphol, en Amsterdam (entre
otros casos), se fue ampliando el territorio del Duty Free
hasta convertirse en un verdadero centro comercial, donde entre tantas
vidrieras apenas se distinguen las salas de embarque, los gates. Los aeropuertos se transforman en ciudades al paso, con el free shop como ancla.
Es un paseo equivalente en ilusiones a una juguetería para grandes, rodeada por salones VIP para los viajeros
de negocios, bares temáticos lujosos, más restaurantes gourmet y un
vasto etcétera de tentaciones llenos de cosas que no necesitamos, pero
queremos.
En muchos casos, y más en estos tiempos,
muchos tratamos de eludir las tentaciones porque lo que vale cuesta,
aunque no se paguen impuestos. Y como la previsión es la madre del
ahorro es ideal prepararse para esa larga espera sin gastar ni
aburrirse.
Lectura pendiente
Altamente recomendado es llevarse una
novela grande, ya comenzada, para leer sin apuro y así poder disfrutar
de la espera. La ficción siempre atrapa y sirve de refugio en el
cemento, sin gastar un peso.
Almuerzo o cena sin apuros
Además se presenta una nueva situación.
En el mundo se están multiplicando las compañías de aviación de bajo
precio, que ofrecen muy pocos servicios. Y las empresas de tarifa
convencional las están imitando para reducir sus costos, jaqueados por
esa competencia feroz y los récords en el alza del petróleo.
Por eso en muchas aerolíneas
ya no sirven bebidas gratuitas, ni siquiera cerveza o vino en las
comidas. Cualquier cosa la cobran cinco dólares y nos convierten en
abstemios de hecho y por razones de bolsillo. Eso tiene su parte buena,
porque los médicos aconsejan no tomar alcohol en el avión.
Aunque comer con agua a muchos no les
agrada, agregando que a bordo los pollos parecen de plástico y las
pastas imitan al engrudo. ¿Dónde está la gracia entonces de esperar
hasta que llegue el momento en que nos sirvan las bandejas una vez que
el avión alcanza la altura adecuada?
Por eso como buen viajero debemos
convertir el defecto en virtud, aceptar estos hechos y llevarse la
vianda desde casa para comer en tierra. Finalizado los trámites, sin
nada que hacer más que esperar, uno se sienta cómodamente en cualquier
mesa, pide lo que más le gusta para beber y hasta nos podemos dar el
lujo de darle propina al mozo para que no se sienta molesto por nuestro
paquete familiar. Algo así como un derecho de corcho cuando uno se lleva
el propio vino al restaurante. En lugar de los cubiertos de plástico
del avión, que no cortan ni pinchan nada, llevamos todo preparado igual
que un sándwich. Esto tiene muchas ventajas. Primero porque comemos
bien, en suelo firme, sin que el asiento de adelante se recline y nos
apriete la bandeja contra las costillas desparramando con el empujón el
aderezo de la ensalada, evitando también así manchar la ropa y
llegar encastrados a destino, con lo que a su vez ahorramos un dinero en
quitamanchas o lavaderos.
Luego, para ver cómodamente la película,
aprovechamos para ir al baño porque en ese momento están vacantes y
evitamos las molestas colas para llegar a ese reducido espacio en el que
nos quieren hacer creer que un humano puede realizar todas sus
necesidades fisiológicas cómodamente.
Música y siesta
Y si aún seguimos esperando la llamada
de embarque, podemos leer otro capítulo de nuestro libro, o si decidimos
gastar un poco más incluso podemos poner el ipod sin olvidar que de un
momento a otro nos pueden llamar, ya que una vez entrados en el bello
universo de sonidos propios uno puede olvidar que está ahí justamente
para escuchar la tan deseada llamada de embarque.
El único peligro de la espera es que uno
quiera echarse una siesta que aunque sea pequeña siempre corremos el
peligro de que se extienda más de lo deseado y así terminemos varados en
ese pseudo shopping donde estacionan aviones, por lo que taparse los
ojos para dormir con las antiparras que guardamos de los buenos tiempos
no es una buena idea.
La imaginación, ante todo
Finalmente, podemos ir imaginando con
quién nos tocará viajar esta vez, si con la chica/o de nuestros sueños, o
con la viejecita que va a visitar a sus nietos (cosa que casi siempre
sucede) y que no para de hablar del miedo que le tiene a volar, mientras
nosotros asentimos pensando en lo bueno que sería tener un helicóptero
para uso particular. Por eso, ya que imaginar no cuesta nada,
aprovechemos el tiempo de espera para desarrollar nuestra imaginación.
Y si justamente el día que tu has
elegido volar hay retrasos de horarios, aquí puedes aprovechar este
tiempo extra que no querías para contar las baldosas del piso, o las
ventanas panorámicas; incluso sea el momento ideal de jugarte una
partida de solitario que en ningún otro momento jugarías, o incluso
podrías escribir esa carta que hace rato prometes a tu abuelita, además
de revisar mentalmente el equipaje para ver si llevas suficientes pilas y
memorias disponible para tu cámara fotográfica, spray para mosquitos,
crema para el sol, aspirinas y aquel condimento que sabes no encontrarás
en ningún otro lugar… o si ya comiste tu colación y los chicles que
guardabas para el despegue, entonces aprovecha para ir al baño
nuevamente, que nunca está de más.
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