Cuando el camino estuvo por fin preparado, el gigante McCool fue al encuentro de Benandonner dispuesto a hacerle pedazos, pero el guerrero irlandés no contaba con el enorme tamaño de éste. McCool, antes de ser visto, huyó hacia Irlanda y pidió ayuda a su mujer Oonagh. Una versión más amable con la reputación del gigante irlandés dice que nunca fue a buscarle, sino que se quedó dormido el día de la batalla. En cualquier caso, el gigantón Benandonner, viendo que no llegaba, fue a por él aprovechando el camino que había creado.
Fue Oonagh quien tuvo la brillante idea de disfrazar a su marido con ropa de bebé. Cuando Benandonner llegó a casa de McCool pidiendo que saliera a luchar, la mujer del irlandés le dijo que no estaba y le hizo pasar a casa para demostrárselo. Benandonner, al ver las proporciones del supuesto bebé de los McCool, pensó que si la criatura era así de grande el padre debía ser de un tamaño descomunal, así que huyó a toda prisa hacia Escocia destrozando a su paso la Calzada del Gigante. Es por eso que hoy sólo podemos contemplar una parte de aquel fabuloso camino.
No quiero ser yo quien le quite magia al cuento, pero una visión menos fantástica del asunto dice que estos 40.000 bloques de roca basáltica, de formas poligonales (sobre todo hexagonales), se formaron hace 60 millones de años a causa de una erupción volcánica. Hoy podemos visitar la Calzada del Gigante (o Calzada de los Gigantes, o Giant's Causeway), en la costa norte de Irlanda del Norte (valga la redundancia). La visita, desde Belfast, puede hacerse en un tour de unas 8 horas (por 18 libras) que también te descubre lugares como la histórica ciudad de Derry, el castillo de Dunluce o el famoso Carrick-a-rede Rope Bridge (un puente colgante entre dos acantilados que está abierto de marzo a noviembre). Por cierto, crean o no la leyenda, puedo asegurar que el gigante Benandonner se dejó una bota en su escapada.
Un relato de Pruden Rodríguez
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